En estos tiempos, resulta fundamentar dividirse las tareas en casa con el esposo y hablarlo como adultos y de manera civilizada nos permitirá llevar una convivencia sana con la pareja y sobre todo cuando hay hijos de por medio.
Sin embargo, a muchas de nosotras, bajo nuestro complejo de mujeres “puédelo todo” nos cuesta mucho trabajo pedir este apoyo y la realidad es que no podemos con los niños, el trabajo, la limpieza del hogar, hacer las compras en el súper, preparar la comida y estar guapas para la hora en que llegue el marido.
No podemos, se vale decirlo, no tenemos porque sentirnos mal por eso y tampoco tenemos que sentirnos mal por pedirle ayuda al esposo.
Yo soy una mujer que decidió continuar con mi vida laboral después del nacimiento de mi primer hijo y sigo convencida en que así lo haré después de que llegue el segundo.
Para mí es importante continuar con mi trabajo porque además de que lo amo y lo disfruto profundamente, me hace sentir una persona productiva, me gusta sentirme económicamente independiente y es mi terapia para esos días en los que como mamá y esposa también uno necesita tomar un respiro.
En este caso, creo que el apoyo que brinda el esposo en los quehaceres del hogar tiene que ser todavía mayor y no hay excusa para no hacerlo porque los dos salimos a trabajar, los dos aportamos ingresos a la casa y sobre los dos cae la responsabilidad del cuidado de los hijos.
Por supuesto llega la noche y los dos estamos cansados del trabajo, tenemos ganas de recostarnos y ver la televisión y quizá a esa hora nuestro hijo todavía ande del tingo al tango.
Lo mejor para evitar discusiones es que con todo y nuestro cansancio, los dos apoyamos, entretenemos al niño, lo arrullamos, le damos de cenar o lo que sea necesario.
En el caso de los fines de semana, pues claro que tanto Juan Manuel como yo queremos disfrutar y descansar. Así que también repartimos tareas durante estos días.
Pero no fue fácil. Sin que me lo tomen a mal los hombres que me lean, tienen un chip que yo siempre le digo a Juan Manuel es como de “yo resuelvo mis cosas y lo demás ¡me vale!” que es difícil cambiar; mientras que uno como mujer que tiene complejo de “mil usos” se quiere hacer cargo de todo.
Entonces uno cae cómodamente en la situación en la que el hombre cree que con haber salido a trabajar y regresar sumamente cansado resolvió su parte, mientras que yo vivo como en 2 turnos entre atender al hijo y correr a la computadora a seguir trabajando.
Por complicado que parezca esta situación tiene salida y lo mejor es platicar con el esposo y llegar a acuerdos.
Lo peor que uno puede hacer es tratar de encontrar solución a este tema desde el enojo, cuando son las 8 de la noche, estás aturdida de los gritos de los chamacos y no has podido ni comer.
Aprende a reconocer y valorar el importante papel que tiene tu esposo en su núcleo familiar, como lo es el tuyo, trabajes o no fuera de casa.
Puedes comenzar con un “valoro mucho lo que haces por nosotros…”, verás que eso ayuda mucho para practicar la empatía sobre la responsabilidad que tiene el otro.
El principal problema con el que nos enfrentamos en la vida en pareja es que sentimos que hacemos mucho por el otro o por la familia y el otro no lo ve, así que empecemos por reconocerlo y valorarlo.
¡Aguas con corregirlos y pretender que hagan las cosas como nosotras las haríamos! Eso nunca va a pasar y esperar a que las cosas ocurran así nos hará sentir decepcionadas y, otra vez, le daremos poco valor a su esfuerzo.
Si el esposo pone el pañal al revés o la pañalera incompleta, ni modo, irá aprendiendo. Sentirnos sus mamás y corregirlos de todo lo que hacen es la mejor manera de ahuyentar el apoyo que nos den.
Y por último te diría que cuando necesites apoyo, se lo digas. No te despiertes un sábado temprano, a lavar ropa, preparar desayuno, bañar niños y dejar la casa rechinando de limpio y luego te quejes de que son las 10 de la mañana y ¡el señor apenas se va despertando! Lo mejor es platicar, hacer planes y ponerse de acuerdo. ¡Si no le dices lo que necesitas, no te quejes de que él no lo adivine!