La espera de un bebé es como la espera de la Navidad, decoramos la casa, hacemos fiestas previas,
compramos regalos que no sabemos que no vamos a necesitar, damos recuerdos a los demás de esta fecha
y otra serie de rituales.
Una vez llegado EL día nos emocionamos y vamos felices al encuentro, como cuando llega la
Nochebuena. Independientemente de las horas que dure el trabajo de parto el regalo llega y se siente una
ilusión como la de la mañana de Navidad.
Y es así tal cual, las mamás somos como niñas con juguete nuevo, hasta aquí todo suena maravilloso,
incluso los días posteriores al nacimiento cuando aún estamos en el hospital las cosas parecen caminar
más o menos bien.
Sin embargo, el regreso a casa con nuestro bebé sin el apoyo de las enfermeras, el pediatra a nuestra
entera disposición, y hasta la total atención del ginecólogo, pareciera que la reciente maternidad pierde su
brillo de los primeros días, algo así como enero y la realidad que se nos estampa en la cara con las deudas
adquiridas unos meses antes, es entonces que descubrimos que compramos cosas innecesarias pero que
igual las debemos.
La vuelta a la normalidad de todos los que nos rodean nos hace sentir un vacío que nos da pena decir
porque el mundo asume que estamos muy felices con nuestro juguete nuevo. Y sí, estamos contentas,
pero también estamos rebasadas con la responsabilidad de cuidar un ser humano completamente
dependiente de nosotras, nos sentimos abrumadas por los cambios hormonales que nos alteran los estados
emocionales.
Empezamos a sentirnos aisladas, extrañamos la adrenalina que provocaba estar a punto de conocer al
amor de nuestra vida, echamos de menos aquellos días en que éramos el centro de atención del mundo
entero, porque ahora la novedad es la criatura.
Además de todo nos sentimos defraudadas, decepcionadas, aunque no nos atrevemos a decirlo porque
creemos que solo a nosotras nos pasa. Porque ¡cómo vamos a decirle al mundo que no estamos felices!
Pero, así como ocurre en esta época del año, justo después de las fiestas, vamos viendo, con el paso de los
días, que la realidad poco a poco vuelve a ser llevadera. Paso a paso vamos redescubriendo los placeres
de la rutina, la comodidad de tener claridad sobre lo que sigue, de saber qué va a suceder, cómo y en qué
momento.
Prepararse para el posparto es la clave
Lo primero que puedes hacer para disminuir los estados emocionales de agobio e incertidumbre es hacer
un plan posparto.
Comienza por hacer una lista de compras del súper para cuando vuelvas a casa y tengas comida para las
primeras semanas, pídele ayuda a una amiga o familiar para que haga las compras cuando estés en el
hospital.
Revisa también qué gastos fijos tendrás que hacer después de la fecha probable del nacimiento de tu bebé,
si puedes pagarlo antes o dejar programados los pagos o pedirle a alguien que los haga por ti.
Piensa y platica con tu pareja el tema de las visitas, sí o no, en el hospital o en la casa nada más, incluso
puedes poner horarios de visita o pedir que si van a la hora de la comida lleven comida.
Investiga qué artículos realmente vas a necesitar las primeras semanas como un botiquín básico para los
cuidados del recién nacido. Artículos como carriolas, cunas grandes, ropa de un año, juguetes didácticos,
muñecos de peluche NO los van a necesitar ni tú ni el bebé los primeros tres meses o más.
Busca quien puede darte un acompañamiento profesional esos días, realiza una entrevista prenatal para
conocer a tu doula posparto y saber si hacen química, decirle tu plan posparto y estar pendientes del día
que sea necesario comenzar.
De esta manera cuando estés en casa con el bebé, podrás dedicarte a cuidarlo, a descansar junto la
criatura, a conocerlo, a disfrutarlo, a aprende a leer sus señales.
La clave es no pelearse con esa etapa, respirar profundo y dejar que las cosas tomen su propio curso;
disfrutar los disfrutable y sobreponernos a lo adverso.
El posparto es una etapa de crisis, de romper con aquello que conocíamos y hacíamos en automático, pero
también es una etapa de aprendizaje, de madurez y, si te das la oportunidad, de autoconocimiento.
¡Disfrútala!